El orden es una calle de África a la hora vertical en que la luz hinca los dientes en los dátiles. El orden es el nudo que apresa seis varas de seda en un turbante azul. El orden es el golpe de aire que enciende la garganta del inaoua. El orden es el adiós al sol del último muecín de Essaouira cuando su más remoto hermano, en las montañas del Yemen, aclara ya la voz para otro sol. El orden es un plato de sémola y un cesto de conchas, es la prisa en los pies de Rachid, son los ojos de Aziz navegando de hito en hito la marejada de sus invitados. El orden es el nombre, impronunciable por infinito, de los antepasados y de los que han de venir. Es un bucle de reja andaluza en un balcón del Atlas. El orden es la aguja entre los dedos de la bordadora de suras sobre brocado verde. El orden son las manos de África contando diez terrones de azúcar para el té... (Carmen A. Eberhard)

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